Toda tu carne

Un espeso sudor bañaba tu piel trigueña y pecosa. Las gotas bajaban desde tu cuello, deslizándose así por el trayecto sin rumbo. La pegajosidad extrema y el hedor que germinaba de tu piel comenzó a inquietarte. Un espantoso dolor de cabeza te obligó a retirar inmediatamente los pinches de tu moño apretado, mientras continuabas tu paso hacia la ducha. Las horquillas caían al suelo, sin hacer ruido alguno. Paulatinamente tus cabellos fueron escapando del espiral y derramándose sobre tus pechos , tus hombros y tu espalda. Los rizos castaño oscuro, indomables e incordios, estaban por todas partes. Al llegar al baño comenzaste a retirar tus manguillos, bajaste tu leotardo hasta sacudirlo con los pies. Luego comenzaste a quitarte con mucho más esfuerzo las medias blancas que te llegaban hasta la cintura. El sudor hacía que estas quedaran impregnadas a tus dos musculosas piernas. Mojaste tu pie izquierdo y desnuda, entraste a la ducha que te esperaba con rica agua tibia. Mientras la presión del agua te caia en la espalda, cerraste tus ojos tratando de recordar todas las correciones del maestro. Más ''tun out'', no dejes de apuntar, manten el relevé y el dolor de cabeza seguía. Luego de un baño de quince minutos contados, Leyla se colocó su pijama gris y se dirigió hacia la diminuta cocina. Desde hace unos meses vivía en el estudio apartamento. Era pequeño y sencillo, pero acojedor. Las ventanas eran decoradas con cortinas transparentes y largas y un gran espejo estaba colocado en el centro. Algunos cuadros adornaban las paredes. Galatea de las esferas y Persistencia del tiempo de Dali, La columna rota de Frida Kahlo y algunas naturalezas muertas de Picasso. Famélica, luego de una interminable clase, comerías cualquier cosa. Dos cajas de cereal integral, un paquete gigante de lechuga, seis tomates, dos zanahorias, tres paquetes de ''celery'' , el abecedario en vitaminas, unas cuantas carnes y mucha agua, era lo que se hallaba en su nevera decorada con numerosos recortes del New York City Ballet. Decidió entonces preparase una pasta de cajita que tenía en la alacena. Se hartó con placer y se acostó a dormir.

La alarma sonó persistente , y Leyla despertó de un brinco. Azorada y desorientada se levantó rápidamente, se vistió, corrió hacia la cocina, agarró una botella de agua y se marchó de su apartamento. Con las puntas colgando de su largo cuello, llegó al inmenso salón repleto de espejos y barras. La clase no tardó en comenzar. Demi plié , estiro , demi plié, estiro, grand plié, mirando la mano , llego al demi y estiro. Port de bras, cambré , segunda , Demi estiro demi estiro grand plié voy adentro de la barra, hacia fuera ...y Leyla se concentraba cada vez más y más. Quería limpiar cada paso, que cada movimiento corporeo se ejecutara a la perfección. Mientras se movía , no podía evitar observar a sus compañeras de baile. Pies largos, cuellos largos, brazos largos sin ser hiperextendidos, cuerpos delgados, delicados y extensiones asombrantes.No habían rastros de curvaturas. La espina dorsal brotaba de sus espaldas sin esfuerzos. Las costillas se apreciaban una a una y en sus pechos se formaban líneas de huesos. Aunque la gente las consideraba anoréxicas, enfermas, excesivamente macilentas , ella las pensaba deslumbrantes.


Rond de jambe, uno, dos tres cuatro , degallé al frente al lado atras cierro quinta, ¿Leyla qué pasa con el turn out? Rond de jambe andedam uno dos tres cuatro degallé atrás al lado al frente plié... apunta maaas .... y el maestro le agarró el empeine empujándolo brúscamente hacia fuera. Mientras la pieza clásica de Ludwig Minkus sonaba, empezaba a sentir un calor insoportable que le llegaba al estomago, provocándole náuseas. . !Aprieta las nalgas! Relevé pase plié quinta relevé pase plié quinta piruette cierro quinta atrás. Al pasar dos horas de clase ya se sentía lo suficientemente caliente como para estirar. Se acostó en el piso de suave madera y comenzó a separar sus piernas de las maneras más trabajosas posibles. Ya no le quedaban fuerzas, y permaneció inmovil un largo rato.


Leyla llegó al anochecer a su apartamento hastiada de los regaños del maestro. Pensó que nunca sería lo suficientemente buena. Cuando entró a la sala se tiró al piso con todos sus motetes y zapatillas. Jadeante y con la garanta seca se paró de las lozetas frías, ahora húmedas y resbaladizas y mecánicamente se quitó la ropa caminando hacia la ducha. Ya era tarde; era tanto el sueño y la pesadez en su frente, en los párpados, que al salir de la ducha cayó dormida en la cama sin haber comido nada esa noche.


La maldita alarma. Lentamente se levantó con la mitad de sus greñas en la cara. Habían pinches regados por todos lados. El desastre en su pelo la puso de mal humor. No encontraba la forma de agarrárselo, de domarlo. Se restregó los ojos. Caminó hacia el baño y se lavó el rostro con agua helada para salir de la morra manañera. Esta vez se vistió pausadamente, comió un poco de cereal y salió a la calle. Aun tenía el sueño pesado cuando llegó al salón de clases.Había llegado tan temprano que aun se percibían rastros de oscuridad y sombras.Entre cuatro bostezos que se encargaron de acentuar más su casancio, miró hacia al otro lado del salón rodeado de espejos y se percató de una silueta. Caminó dos pasos hacia el frente y volvió a restregarse los ojos. ¿Será una de las bailarinas? Se acercó un poco más y notó que la silueta tenía piernas delgadas, pero no del todo. Sus muslos fuertes y grandes hacían exquisita su figura. Las deseaste al instante. Querías tocarlas, agarrarlas, disfrutarlas, apreciar sus contornos, descubrir el secreto que yacía debajo de las blancas medias. De repente llegó el maestro y encendió la luz. La figura que habías creído observar, ya no estaba. Permaneciste aturdida y en desasosiego unos minutos.El maestro te preguntó qué te sucedía y tu le dijiste que nada. Esa noche cuando te fuiste de la clase, no podías dejar de pensar en aquella sombra . Te obsesionaste con sus piernas. . Estabas ansiosa por ir a la clase al otro día, no para practicar y soportar los gritos del maestro, querías verla a ella. Tenías la necesidad de pensarla, de imaginártela desnuda cuando llegaba a su casa luego de la clase y se metia a bañar. Te obsesionaste con la idea de romper sus medias. Y tocar, solo tocarla.

Eran las cuatro y media de la mañana. Leyla había despertado con muchas fuerzas. Fue a la cocina a tomar un poco de leche que estaba en la nevera hace una semana y se dirigió a la sala. Colocó el vaso de leche en una mesita que quedaba cerca. Sintió un dolor punzante en los dedos de los pies. Siempre los había maltratado, pero nunca le habían dolido tanto. Decidió entonces quitar los vendajes y observar las heridas. Eran horrorosas. Los dedos sin uñas, y la sangre seca le dieron náuseas.Ya era demasiado el malestar. Una furia explotó en Leyla. Estaba hastiada de pretender ser la más flaca, la que no comía nada, la estúpida que soportaba gritos de un maestro. El coraje era tanto que su semblante enrrojeció y lágrimas salieron de sus ojos sin esfuerzo alguno. Sintió entonces unas enormes ganas de poseer el cuerpo que nunca fue suyo. Comenzaste a apretar tus pies con mucho fervor. Te agarraste las batatas y subiste con tus dedos hasta los muslos. Te acariciaste una y otra vez, de arriba hacia bajo, de abajo hacia arriba. No podías parar. En unos instantes el calor se adueñó de ti. Algunas gotas de sudor comenzaron a bajar por tu piel trigueña y pecosa. Te quitaste el primer botón de tu pijama, exhibiendo al espejo tus incontables pecas. No te habías fijado que eran tantas. Las pensaste hermosas. Querías tocarlas y jugar con sus formas en tu pecho constelado. Abriste el segundo botón, siguiendo el trayecto sin rumbo. Tus dedos se deslizaban hacia los pechos medianos y redondos, que siempre yacían aplastados bajo los negros leotardos. Tu mano temblorosa no quiso esperar más y prosiguió a apretujarlos con ímpetu. Era tu cuerpo, sólo tuyo, y lo descubrías esa madrugada. Una inexplicable corriente de bienestar atravesó toda tu carne. Deseaste entonces mirarte al espejo, contemplar la desnudez de tus piernas. La sala estaba oscura así que tuviste que esforzar la mirada aun más.Suspiraste sorprendida. Aquella silueta que habías observado en el salón de clase entre la oscuridad y el sueño, esa que ansiabas encontrar en el salón de clases esa mañana , eras tú.


DERECHOS DE AUTOR:

Zaira Pacheco



1 comentario:

Unknown dijo...

no se si es tu intencion pero se me hace un poco incomodo el que este narrado en segunda persona