La última evaluación

Entré a mi oficina y me dirigí hacia los archivos. Mi vista merodeaba por el alfabeto hasta detenerse en la D, sobre un cartapacio que tenía inscrito el nombre de Marcos Dávila. Un dolor punzante se amplificó en mi abdomen al leer su nombre. Saqué el archivo y lo tanteé buscando la razón de mi martirio. Esa señal que explicase lo que en mi interior se había desatado, esa chispa que ocasionó el fuego.
29 de agosto de 2008

Primera consulta. Dávila había pensado suicidarse el día anterior. Su padre lo había golpeado cuando lo encontró pintando una acuarela en la que dos hombres se agarraban de manos. Subió a su habitación, una pequeña estancia ubicada en la azotea, con posters de estrellas de rock en las paredes y una pecera en la que una tortuga observaba desde su pequeño islote. Allí se acercó a su ventana y pensó acabar con todo.

Me gustaba, por primera vez en mi vida me sentía atraído por alguien mucho menor. Mi experiencia me decía que cuando un hombre de 40 años se enamora de un muchachito de 16, probablemente es la resignación a la vejez, la falta de amor paternal o un simple capricho; pero lo que sentía era mucho más que todo eso. Quería besarlo, abrasarlo para que ya no sintiera miedo, para que sepa que estaré ahí apoyándolo.
15 de septiembre de 2008

Segunda consulta. Me confesó que era homosexual. Su antropofobia fue causada por miedo al rechazo por su orientación sexual. Creció como cualquier niño siendo hijo único de una familia de clase media. Su padre le insistía en que asistiese a la escuela de arquitectura, pero a él le interesaban mucho más el teatro.

Cuando salió de la oficina se dirigió al comedor. Las voces de los alumnos le retumbaban en la cabeza. Sentía miradas inquisidoras que lo evaluaban de pies a cabeza. Escuchaba las carcajadas a su alrededor, mientras todo parecía ir en cámara lenta. De pronto se sintió incómodo, la antropofobia volvió a afectar, y se fue sin almorzar.
30 de septiembre de 2008

Tercera consulta. Nunca ha tenido pareja, siempre se ha dedicado a los estudios y nada más. No le gusta salir mucho, prefiere quedarse en casa. Comenzaba hacer más amigos en el colegio y participaba de actividades extracurriculares. Se le veía menos tímido, y conseguía sacarle una sonrisa de vez en cuando. Ese día le asigne varios ejercicios de autoestima.

Le di mi número, también planificamos una cita fuera de horario escolar en mi casa. Ya Dávila era totalmente distinto a como entró, su mirada era más vívida, poseía un brillo especial de esperanza; esperanza que alimentaba la mía propia.

10 de octubre de 2008
Cuarta consulta. Lo más temido ocurrió. Su padre le pegó nuevamente, pero esta vez mucho más violento. Al comunicarle al padre su deseo de estudiar drama, la furia no se pudo contener. Siete latigazos a correa y dos golpes en el rostro, fueron el resultado de su enojo. Su madre lo cuidó, le curaba las heridas mientras lágrimas de impotencia le bajaban por las mejillas.
Sonó el timbre, era él. Se le veía tan sensible, su piel me invitaba a acariciarla, alcanzar el éxtasis inhalando feromonas en cada centímetro de su cuerpo. Nos miramos a los ojos durante varios segundos que parecieron eternos. Los dos sabíamos lo que sentíamos, lo que nuestros bultos endurecidos gritaban bajo las cremalleras.

Extendí un brazo y le acaricie el rostro, él cerraba los ojos y se relajaba mientras me acercaba. Juntamos nuestros cuerpos, la respiración se hizo corta y sentía un retortijón en el estómago. Un beso fundió nuestros sentidos, las ropas cayeron y ambos quedamos desnudos, sentados en medio de la sala. Comenzamos a explorar nuestros cuerpos, una mano que viaja de norte a sur, una continua estimulación de zonas erógenas.

Quería que continuara, deseaba que lo hiciera mío, pero el miedo se apoderó de mí; el fuego quemó al pirómano. No podía continuar con esto, estaba incorrecto, no debía hacerlo. Le ordené que se vistiera, que esto nunca debiera ocurrir.

*****
Estuve visitando dos semanas consecutivas la oficina pero la secretaria me avisaba que el Sr. Zambrana no se encontraba. Hasta que una de las tantas veces que fui, la secretaria no estaba y me percaté de que la puerta de la oficina del psicólogo estaba entrecerrada y decidí entrar. La oficina estaba vacía, solo habían documentos y expedientes sobre el escritorio. Tomé en mis un cartapacio que tenía mi nombre escrito y leí el primer texto en su interior.

14 de noviembre de 2008
He acabado mi trabajo. Dávila ha superado significativamente sus temores. Sus padres están al tanto de su orientación sexual y lo han aceptado, aunque el padre aún conserva la idea de que es una confusión de hormonas adolescentes. Su sociabilidad ha aumentado drásticamente, consiguiendo un grupo de compañeros del colegio como mejores amigos. Esta es la última evaluación del joven Marcos Antonio Dávila Correa, abandono el caso dándolo por terminado.
Informe Confidencial preparado por el Dr. Ulises Zambrana, Psicólogo, para el Colegio Amsterdam.

DERECHOS DE AUTOR:
Freddie Ortiz

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